miércoles, 12 de junio de 2013

Le Corbusier (1887-1965)

Le Corbusier no deja indiferente a nadie. Aunque muchos de sus coetáneos se escandalizaban e incluso menospreciaban su trabajo, paradójicamente es de los pocos arquitectos cuyo nombre ha llegado al gran público hasta nuestros días. Es uno de los tres maestros sobre los que se apoya todo el que empieza a asomarse al complejo mundo de la arquitectura.

Le Corbusier, hacia 1960

Su legado refleja la intensidad de su producción como artista e intelectual: Construyó 75 edificios en doce países y diseño 42 proyectos urbanísticos importantes. Realizó 8000 dibujos, más de 400 cuadros, 44 esculturas y 27 cartones para tapices. Escribió 34 libros, unas 7000 páginas, cientos de artículos y conferencias, y una correspondencia privada de 6500 cartas, a las que hay que sumar las innumerables de su estudio.

Centro Le Corbusier - Zúrich, Suiza (1963-67)

Charles-Edouard Jeanneret, verdadero nombre de Le Corbusier, nace en 1887 en La Chaux-de-Fonds (Suiza), localidad cuya economía estaba basada casi exclusivamente en la industria relojera. Al cabo de los años se inscribe en la Escuela de Artes de la ciudad y empieza a interesarse por la pintura y a comprender la importancia de la geometría, con la que permanentemente había convivido como elemento natural de la actividad local. Un buen día el joven Jeanneret lo vio muy claro, no dedicaría su vida al cincelado o grabado de relojes. Acababa de descubrir la arquitectura.

Detalle de fachada de la Casa Fallet,
primera obra de Le Corbusier junto al arquitecto René Chapallaz

Casa Fallet, La Chaux-de-Fonds, Suiza (1906-07)
La geometría de la carpintería evoca los esgrafiados de los muros

Charles-Edouard Jeanneret (c. 1911)

Le Corbusier vivió en la sociedad del automóvil y el avión, lo que se refleja no sólo en sus proyectos, sino en la forma de entender su profesión. Las distancias para él no eran un problema, por lo que fue uno de los primeros arquitectos capaces de trabajar simultáneamente en varios continentes. Lo que hoy en día llamaríamos un “arquitecto global”. Conocedor de la relevancia de la prensa moderna, y aunque siempre trataba de cuidar su imagen pública, este hombre polifacético pronto destacó por sus declaraciones a menudo polémicas, debido a la complejidad de sus obras y de su personalidad.

Portada de “Aircraft”, publicado en Londres en 1935

Publicidad de Mercedes-Benz.
Al fondo, la Casa Doble, Stuttgart (1927)

Fue en sus numerosos viajes por Europa donde Jeanneret adquirió la sólida base donde posteriormente se asentaría su trabajo. Se interesa por la cultura, la historia y las diferentes formas de entender la vida de los pueblos del continente. En la Toscana aprende sobre la importancia del paisaje mientras pinta acuarelas. Después viaja a Viena y luego a París, donde descubre los experimentos de los hermanos Perret, que “echan hormigón en cajas de madera con hierro”, el actual hormigón armado. Trabaja durante varios meses en el estudio de Auguste Perret, y en su buhardilla de la ciudad de la luz lee libros de autores que tratan de explicar el sentido de la vida. Una frase de Nietzsche le abre los ojos y al instante se transforma en su lema: “¡Conviértete en quien eres!”. Su maestro le envía a Alemania y allí trabaja con Peter Behrens, igual que lo hicieran Walter Gropius y Mies van der Rohe. En Múnich, el escritor Willian Ritter le ayuda a entender la oposición de la cultura germana y la latina. A continuación viaja a Praga, Serbia y Bulgaria, para terminar en Constantinopla y Atenas, donde estudia la configuración urbana y la composición arquitectónica, respectivamente. Contrariamente a muchos de sus contemporáneos, aprecia los edificios de la Antigüedad y el Renacimiento.

Las “cuatro composiciones”, resultado de las investigaciones realizadas en los años veinte.
De arriba abajo: del “estilo más bien fácil” al “muy difícil”,
después al “muy fácil” y por fin al “muy generoso”

La Villa Savoye, Poissy (1928-1931)
ha sido definida en ocasiones como un moderno Partenón,
debido al impacto visual que causa el volumen superior sobre pilotes

En 1914 presenta, junto con el ingeniero Max du Bois, el conocido proyecto de casa Dom-ino (domus + innovación) como solución a la destrucción de edificios en Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Son módulos que pueden ensamblarse formando una L o una U, aunque en realidad su interés radica en que se trata de un principio estructural muy novedoso para la época, y que hoy en día es el modelo estructural de la inmensa mayoría de los edificios. Frente a los edificios existentes, de diseño muy limitado al ser soportados en su gran mayoría por gruesos muros de carga que obligaban a crear huecos en fachada únicamente verticales, el concepto que propone Jeanneret no puede ser más simple: El esqueleto del edificio lo componen pilares y losas de hormigón, sobre los que es posible disponer con total libertad y de manera independiente tanto la tabiquería interior como los cerramientos de fachada, con acristalamientos capaces de adoptar cualquier geometría y dimensión. De golpe, las posibilidades de diseño se convierten en infinitas.

Casa “Dom-ino” (1914)

Galería de la Casa La Roche-Jeanneret, París (1923)
vista desde la pasarela del vestíbulo

A pesar de este éxito, en los años siguientes sólo consigue ejecutar una obra, que consiste en una torre de agua situada en Podensac, en los viñedos de Burdeos. En ese momento, año 1917, ya está instalado de manera estable en París. Su idea era conquistar la ciudad, pero sus ilusiones se desvanecen al encontrarse con una sociedad de posguerra muy diferente a la que él había imaginado. Conoce al pintor Amédée Ozenfant, quien le anima a confiar en sus dotes como pintor. Al año siguiente ambos exponen sus obras en la galería Thomas y publican “Après le cubisme”, un manifiesto donde proponen el programa estético de una “arquitectura venidera”.

Amédée Ozenfant, Albert Jeanneret y Le Corbusier
en el taller de la casa de Jeanneret-Perret (1919)

En 1920 Jeanneret y Ozenfant fundan, junto con el poeta y publicista dadaísta Paul Dermée, “L’Esprit nouveau”, una “revista internacional e ilustrada de la actividad contemporánea” y un espacio donde exponer sus teorías y críticas durante los cinco años siguientes. Es aquí donde Charles-Edouard Jeanneret se convierte en Le Corbusier. Toma ese seudónimo de su antepasado Lecorbésier (y puede que del pintor Le Fauconnier) y lo utiliza en todos los números de la revista.


Visualmente la publicación se inspira en los cuadros del propio Jeanneret y del cubismo, algunos de cuyos representantes, como Juan Gris, llega a  conocer el arquitecto. Se intenta buscar un lenguaje depurado, de vuelta al orden después de la guerra, pero rechazando la disociación de los objetos y la deriva decorativa tan propios de los cubistas. Por ello es frecuente encontrar en la revista obras suyas donde aparecen volúmenes curvilíneos, como jarras, guitarras o pipas, dialogando con objetos rectilíneos, como dados o libros. En 1925 muestran el pabellón de “L’Esprit nouveau” en la Exposición de las Artes Decorativas, Industriales y Modernas de París, donde ofrecen una versión concentrada de todos los capítulos del programa corbusierano y aprovechan para publicitar la revista. Vista la difusión mundial que alcanza, Le Corbusier publica compendios, como “Vers une architecture” en 1923. Con Ozenfant escribe en 1925 “Urbanisme”, “L’Art décoratif aujord hui” y “La Peinture moderne”. El número 29 de la revista se convierte en un almanaque de la arquitectura moderna (“Almanach d’architecture moderne”, 1926). En los escritos de esta época no faltan abundantes referencias a la importancia de los “trazos reguladores”, la arquitectura griega o la “lección de Roma”.

Pabellón de “L’Esprit Nouveau”, París (1925)
En primer término, una escultura de Jaques Lipchitz; a la derecha, el ventanal de la casa “Citrohan”;
en el centro, el jardín colgado; a la izquierda, la capa exterior de los dioramas.

Planta baja a doble altura de la casa del pabellón de “L’Esprit Nouveau”

Durante los años 20, su producción arquitectónica sigue dos líneas diferenciadas. Por un lado continúa con el estudio de proyectos teóricos basados en principios de economía que inició con la casa “Dom-ino”, y por otro desarrolla proyectos concretos para clientes de elevado poder adquisitivo que contactan con él por medio de la revista o de exposiciones. En 1922 abre un estudio con su primo Pierre Jeanneret, al que en 1927 se incorpora la arquitecta y diseñadora Charlotte Perriand, quien se encarga del mobiliario de diversos proyectos, incluido el diseño de estanterías, sillas y mesas de la exposición presentada en el Salón de Otoño de 1929.

Boceto de la versión de julio de 1926
de la Villa Stein-de-Monzie, Vaucresson (1926-28)

Charlotte Perriand posando en la Chaise Longe LC4-B306 (1928)

Le Corbusier pronto es sinónimo de provocación, debido sobre todo a su forma de entender el urbanismo. Rechaza la “calle-pasillo”, está absolutamente a favor de la expropiación, y sostiene que los males de las ciudades se solucionan con cirugía radical. Muchas de las numerosas giras de conferencias que hizo por Europa cuentan con estudios urbanísticos. En los años 30, las autoridades soviéticas se interesan por sus ideas de incluir la producción industrial en los planes urbanísticos, la descentralización de los edificios administrativos y los lugares de ocio, y su concepto de “ciudad verde” para las zonas residenciales. Su percepción de los paisajes y las ciudades se transformó cuando en su viaje a América Latina observó las ciudades desde un punto de vista diferente: en un avión, desde el aire. Impresionado por la pampa y los ríos, dibuja planos generales de Buenos Aires, Montevideo, Sao Paulo, y tiempo después, Argel. A partir de 1945 alterna el desarrollo de grandes proyectos, a menudo irrealizables e incluso destructivos, con otros de menor escala sobre terrenos reales.

“¡Hay que eliminar la calle-pasillo!”
Reproducción de una lámina de las conferencias pronunciadas
por Le Corbusier en América Latina en 1929

Quiosco en la terraza-jardín de la cubierta
del Edificio Porte Molitor, París (1931-34)

Casa Curutchet, La Plata, Argentina (1949-53)

Pasados los años, habiendo cumplido ya los sesenta y convertido en arquitecto de fama mundial, Le Corbusier inicia una nueva vida. En parte se siente frustrado por no haber conseguido que fueran aceptados ninguno de los planes urbanísticos para Europa o su soñada reconstrucción de Francia tras la guerra. Tampoco quedó satisfecho con el edificio de las Naciones Unidas en Nueva York, construido según sus ideas, pero por otros. Consigue, sin embargo, que se haga realidad un edificio de viviendas colectivas que empezó a imaginar en 1922, la “Unité d’habitation” de Marsella. Se dedica a la escultura, otra de sus pasiones, publica sus reflexiones estéticas sobre el espacio habitable, y elabora el “Modulor”, un sistema de proporciones universal basado en el número áureo y las proporciones humanas, que servirá de referencia para las medidas de todos sus proyectos hasta su muerte, en 1965.

El “Modulor” (1955)
Acuarela colgada en el “pequeño taller” de Le Corbusier en la calle de Sèvres

Unité d'Habitation, Marseille (1946-52)

Unité d'Habitation
Sala común, con espacio de doble altura, de un apartamento de tipo “superior”

La iglesia de Ronchamp, que concibe directamente como una escultura más, y la utilización de sistemas constructivos populares en las casas de Jaoul, provocan el estupor de muchos de los que le habían encasillado en la geometría pura y la estética blanca de sus casas de los años veinte. Una vez conquistados Japón, con el Museo de Arte Occidental de Tokio; Estados Unidos, con el Carpenter Center para la Universidad de Harvard; y la India, donde por fin consigue construir una ciudad entera, Chardigarh, incluidos sus edificios públicos, Le Corbusier se recluye como un ermitaño, a veces en una pequeña cabaña de madera diseñada por él, a orillas del Mediterraneo, y otras en su estudio de pintor de París.

Capilla Notre-Dame-du-Haut, Ronchamp (1951-55)
Fachadas sur y este

Salón de la vivienda B de las Casas de Jaoul, Neuilly-sur-Seine (1951-55)

Sala hipóstila del Palacio de la Asamblea, Chandigarh, India (1951-62)

Rincón comedor del “Cabanon” de Le Corbusier,
Roquebrune-Cap-Martin (1951-52)

Le Corbusier nunca se dejó deslumbrar por la fama o el renombre de los numerosos arquitectos y artistas que conoció, aunque sin duda todos influyeron en él de una manera u otra. L’Eplattenier y Auguste Perret fueron las figuras paternas de su carrera. A Peter Behrens lo llegó a repudiar, al contrario que Múnich Theodor Fischer, por quien siempre sintió un profundo respeto y cariño. Aunque coincidió varias veces con Ludwig Mies van der Rohe, su contacto con él no pasó de ahí. Con Walter Gropius intervino en sucesivas ocasiones en los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM), y además fue siempre un gran defensor de la Bauhaus. Mantuvo relaciones difíciles con algunos miembros franceses del CIAM, como André Lurçat, y algunas otras fueron importantes como con Alexandre Vesnine, los constructivistas rusos en 1928 o en Brasil con Lucio Costa y los jóvenes arquitectos de Río, como Oscar Niemeyer o Affonso Eduardo Reidy. A pesar de descubrir muy pronto el trabajo de Frank Lloyd Wright, mantiene con él una relación distante. Se dice que Wright no ocultaba los celos hacia el carisma de Le Corbusier, y su crítica a la Unidad de Habitación de Marsella es bien conocida. Los antiguos dibujantes del estudio de la calle de Sèvres conforman un grupo que siempre se mostró muy cercano al arquitecto. Pierre-André Emery, Alfred Roth, Josep Lluís Sert o Junzo Sakakura son personajes clave del estudio antes de 1940. Pero en el círculo de amigos más íntimos destacan Pierre Jeanneret, Charlotte Perriand y Jean Prouvé, políticamente de izquierdas y que se distancian de él por motivos básicamente políticos a finales de los años treinta.

Le Corbusier con Mies van der Rohe en Stuttgart (1927)

Oscar Niemeyer con Le Corbusier

Charlotte Perriand, Pierre Jeanneret y Le Corbusier

Para ser sincero tardé en entender a este arquitecto-urbanista-escritor-pintor-escultor. Al principio creía que era de esos artistas que o te gustan o los odias. A mí no me gustaba, o más bien me sentía confuso ante su obra. Por un lado admiraba sus viviendas impolutas, tan limpias arquitectónicamente, su concepto de “máquina de habitar”, pero por otro no comprendía esa obsesión por la monumentalidad escultórica en hormigón, a menudo sucio y de acabado poco cuidado. No entendía esa dualidad, esa falta de linealidad y de compromiso consigo mismo. Parecía dar la espalda a un estilo que llevó a cabo y defendió durante mucho tiempo. También me costaba asimilar su idea de un urbanismo aséptico y casi anti-social de torres y bloques exentos, en algunos casos con propuestas que cuando menos llaman la atención, como la de disponer de cubiertas blindadas para protegerse de eventuales ataques aéreos, mientras en algunas de sus obras realizadas dichos espacios se utilizan para albergar guarderías y zonas de ocio.

Villa Stein-de Monzie, Vaucresson (1926-28)

Palacio de la Asamblea, Chandigarh, India (1951-62)

Convento de La Tourette, Éveux-sur-l’Arbresle (1953-60)

Ahora creo que por fin lo he comprendido. Y es que en realidad, nadie es menos corbusierano que Le Corbusier, quien lejos de encerrarse en una forma única, aunque sea la suya, cuestiona su propio discurso arquitectónico en multitud de ocasiones, y no tiene pudor en expresar que, efectivamente, todo cambia, los pensamientos, el mundo, la arquitectura… y que ésta obedece exclusivamente a su propia evolución, que supera al hombre y a sus ideas.

“La arquitectura se camina, se recorre y no es de manera alguna, como ciertas enseñanzas, esa ilusión totalmente gráfica organizada alrededor de un punto central abstracto que pretende ser el hombre…” 

Le Corbusier

Le Corbusier en su mesa de trabajo
del taller de la calle Nungesser-et-Coli, París (c.1960)


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